ÁLVARO ÁLVAREZ VILLAMARTÍN
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OPINIONES
 

A MODO DE INTRODUCCIÓN
Manuel Rodrigo García (Crítico de carte)

¿Qué puede aportar un nuevo creador a un siglo que, aunque joven, ya está saturado de imágenes, e incluso de una teoría que, a modo de espejo narcisista, generan esas mismas imágenes...? La respuesta puede ser sencilla o puede ser un elocuente silencio. Elijo, por supuesto, la primera opción. Álvaro Álvarez Villamartín es un nuevo pintor, pero no es un pintor más. Y además, sin salirse de un camino ya explorado por él en otras ocasiones -el expresionismo abstracto- decide en esta exposición hacer una relectura de las imágenes del pasado. Lo que a su vez, naturalmente, constituye un homenaje. La elección tampoco es azarosa, más bien implica intencionalidad. De ahí, esa "materialización" de una iconografía medieval que aún nos sigue sorprendiendo por su frescura, por su potencial de inocencia en un siglo, como antes dije, sobrecargado, apesadumbrado por el lastre de tanta herencia cultural. Por otra parte, Silos, el espacio que acoge esta aventura artística, no podía ser sitio más idóneo. Un espacio dignificado por siglos de espiritualidad, de románico, de ecos gregorianos, de poesía, de música callada... Sin olvidar lo que para un joven creador debe suponer el ubicarse en un espacio por el que también pasaron Miquel Barceló, Antoni Tàpies, Cristino de Vera, José María Sicilia, José Manuel Broto, etc. Todos ellos -y recuerdo ahora las palabras de Gerardo Diego- fueron, siguen siendo, peregrinos de la belleza: "Hoy llego a ti, riberas del Arlanza, / peregrina al azar, mi alma sin dueño." Y pues de literatura hablamos, ¿cómo no ver algunos cuadros -"lugares de la pintura", que diría María Zambrano- bajo la luz, inflamada o serena, de los versos de San Juan de la Cruz, siempre tan visionario, siempre más allá de lo representado...? No es uno de los méritos menores de Álvaro Álvarez Villamartín acoplar su vertiente más abstracta y onírica al "caudal de espíritu" de nuestro mejor poeta místico. Especialmente hermosos y sugerentes me parecen los textos, o títulos, que acompañan siempre a los distintos lienzos. Actúan como soporte y estímulo, no como condicionante, para la libertad de la mirada. Pintura en libertad son, en definitiva, unos santos terrestres a los que la materia hace accesibles, humanos, perecederos tal vez como lo son los diversos elementos que ayudan a configurar sus formas. Al margen del ruido y de los excesos de cualquier siglo, desde su intemporalidad, nos miran -o nos permiten ser mirados- los personajes cercanos y enigmáticos de un santoral que pertenece a la tradición, pero que es, sobre todo, un santoral privado: el de Álvaro Álvarez Villamartín.

A Few Introductory Words
Traducción de Joseph Thomas Snow, profesor emérito de literatura española medieval de la Michigan State University (USA).

What can a creative artist manage to add to a century, though still in its early years, that is already saturated with images and, moreover, what can that artist contribute to the theory that these multiple images generate? The answer is possibly a simple one or it may result in an eloquent silence. The option I choose is the first of these. Álvaro Álvarez Villamartín is a new figure on the painterly landscape, but he is not just any painter. Besides, and without departing from the path already explored by him on earlier occasions-abstract expressionism--he has chosen for this exposition to take a fresh look at past images. This implies that his work constitutes a form of homage. The choice is also intentional, not simply a casual one. Thus, this "materialization" of a medieval iconography manages still to surprise us with its freshness and for its potential to project innocence in a century which, as I earlier stated, already is heavily overburdened by a long cultural history. Then again, Silos, the space that welcomes into its chambers this artistic adventure, could not be a more ideal setting. Silos is a space dignified by centuries of spirituality, by the Romanesque, by the Gregorian, by poetry and by silent music. ... Let us not underestimate what it means for a young creative artist to be in a space previously occupied by Miquel Barceló, Antoni Tàpies, Cristino de Vera, José María Sicilia, José Manuel Broto and many more. All of these artists-and I now recall the words of Gerardo Diego-were and continue to be pilgrims in search of beauty: "Now, I arrive, riverbanks of the Arlanza, / wandering free, my soul unbound." Since we are speaking of literature, why not see some canvases-"the home of paint" as María Zambrano would say-guided by the light, bright or dim, of the poetic lines of San Juan de la Cruz, ever a visionary, always seeing beyond the thing represented ... ? It is not one of the least of Álvaro Álvarez Villamartin's merits to blend the more abstract and dreamlike aspect to the "spiritual flow" of our best mystic poet. Particularly beautiful and suggestive are the texts, or titles that accompany each of his different canvases. They function as stimulus and support, not as a necessary element, for the freedom to view them. Painted with full liberty we see, clearly and definitively, earthbound saints whom the artist's materials make accessible: they are human but perishable as are, perhaps, the different elements that help to create their forms. Discounting the noise and the excesses of any century, these figures look at us or permit that we look at them from out of a sea of timelessness, these personages close to us but still enigmatic emerge from a book of saints that belongs to tradition, but yet it is also a private book of saints: that of Álvaro Álvarez Villamartín. He too, just as the most restless apostle of "The Last Supper" does, knows the true meaning of tradition: to transform that which one inherits in order to achieve a private identity.

PERDIDOS EN LA LUZ
José Gutiérrez Román

Dice Richard Ford en uno de sus cuentos que «entre nuestros impulsos y nuestros actos siempre se dan acontecimientos silenciosos». Cuando nos detenemos a contemplar un cuadro, por ejemplo, también estamos visitando ese lado imperceptible del proceso creativo: los "acontecimientos silenciosos" que mediaron para que se materializase. Podría decirse que tras un trazo o una pincelada se esconde algo de su autor, o que su manera de representar el mundo es ya en sí una autobiografía. Y es así como tenemos acceso a la intensa y reflexiva personalidad de Álvaro Álvarez: a través de su mirada, que no se detiene ante la pregunta y sigue ahondando en los misterios de la vida. Buena muestra de esa capacidad de asombro ante lo que nos rodea y lo que somos son los cuadros de esta exposición. En ellos podemos apreciar el tránsito entre las cuatro estaciones, ver el lado grotesco del ser humano, participar en el homenaje a referentes culturales como Kafka o bien maravillarnos por lo que nos dicten sus colores a cada uno. Y todo ello gracias a la vibrante fuerza expresiva que desprenden.
He sido testigo de su evolución y, lo que es más importante, de su constancia en el trabajo y de una vocación artística inquebrantable. En Álvaro Álvarez vida y pintura se confunden de tal modo que podríamos atribuirle la reflexión del pintor Paul Klee: «Ese es el sentido del momento feliz: el color y yo somos uno. Soy pintor». Y el color, como bien sabe Álvaro, es la más hermosa constatación de que estamos "perdidos en la luz".

LO QUE ESCUCHO CUANDO VEO
Joaquín Piñeiro Blanca

Aunque pintura y música son perceptibles a través de sentidos diferentes (vista y oído), sin embargo es posible observar imágenes en la audición musical y escuchar sonidos en la contemplación pictórica. Estas expresiones artísticas disfrutan de una cierta complementariedad, ya que la música se mueve dentro de la efímera dimensión temporal –imprescindible para interpretar y oír una composición- y la pintura se desenvuelve en el marco espacial, en el soporte físico sobre el que se realiza el trabajo pictórico. Una aporta dinamismo, movimiento, ritmo; la otra solidez, proporción, estatismo. Es obvio que el lenguaje discursivo es diferente, pero hay espacios de coincidencia en, por ejemplo, el concepto de escala: en la música en la ordenación de alturas y en la pintura en el sistema de proporciones, la primera jugando con las notas musicales y la segunda con los colores y tamaños. Asimismo, el establecimiento de parámetros para desarrollar la escala podría considerarse otro punto en común de estas artes: la tonalidad dominante de una composición o la gama de colores predominantes en un cuadro. A ello podemos sumar la necesidad de crear espacios en los que se suspenda la actividad para articular la expresión creativa (el silencio y el vacío); la habitual jerarquización de recursos que propicia que en la música se utilicen diversas voces y en la pintura distintos planos o áreas; el uso del ritmo o la pulsación regular; o el empleo de la repetición, la variación o la imitación.
El lenguaje musical, esencialmente abstracto, emplea el visual de los colores para hacerse más concreto. Así, se habla de sonido oscuro o luminoso, de cromatismo sonoro, de tempo brillante, o de colores vocales. Por su lado, la pintura puede ser descrita con términos que son auditivos: dinámica, rítmica, ruidosa, armónica. Compositores tan distintos como Richard Wagner, Frédéric Chopin o Aleksandr Scriabin relacionaban el color con la expresión musical. Las fronteras entre la música y la pintura son, en definitiva, difusas, particularmente desde la aparición de la música programática, en la que se toma como referencia un elemento extramusical que, en muchos casos, es pictórico, narrativo o poético. Enrique Granados utilizó la pintura de Goya como elemento inspirador de muchas de sus mejores obras (él mismo copiaba la obra de este artista en las salas del Museo del Prado). Henri Matisse y Paul Klee eran violinistas. Henri Lagresille fue responsable de un curioso proyecto en el que se intentó plasmar en cuadros de color obras maestras de la música, asignando equivalentes cromáticos a ciertos acordes y movimientos musicales; así, una tocata de Johann Sebastian Bach podía ser un llamativo mosaico multicolor de celestes suaves y púrpuras intensos. La evolución histórica en ambos campos ayuda al maridaje: cuando la pintura se hace abstracta se produce un acercamiento aún mayor a la música, una expresión creativa que, como se comentaba antes, lo es también por su propia naturaleza; a su vez, desde el Dodecafonismo la música estrecharía aún más los lazos con el arte pictórico no figurativo.
Cuando observo la obra de Álvaro Álvarez Villamartín escucho diversas músicas porque el conjunto de su interesante obra es, a juicio del que escribe, variada en propuestas, con grandes contrates entre extroversión e introversión y un dominio amplio de distintos lenguajes visuales que esconden un imaginario muy rico. Bartok, Scriabin, Prokoviev, Britten, Ravel o Schoenberg vienen a mi mente durante la contemplación de estas pinturas multifacéticas. No obstante, particularmente asocio su arte a la música de Igor Stravinsky. Las texturas tienen paralelismos con la capacidad del compositor ruso en la creación de atmósferas. Las gamas cromáticas recuerdan las complejidades rítmicas de "El Pájaro de Fuego" o "Petrushka". La planificación de volúmenes podría identificarse con las estructuras internas de partituras como "La Consagración de la Primavera", "Renard" o "Historia de un Soldado". Naturalmente, encuentro esta identificación más en la etapa inicial de Stravinsky que en las posteriores Neoclásica y Dodecafónica. Creo que la música de Stravinsky y la pintura de Álvaro Álvarez mezclan un cierto distanciamiento con una expansiva proximidad, lo que genera un premeditado desconcierto. Asimismo tienen una voluntad expresa de no encasillarse, de no adscribirse necesariamente a un estilo concreto e inmutable, aunque sin arrinconar sus producciones anteriores, con la relajación que proporciona ser diferente a nadie e igual a ninguno.

ÁLVARO ÁLVAREZ. CONSULADO DEL MAR. 2012
Alberto Muriel

Inquietante. Esta es la palabra que define la impresión que uno tiene cuando ve por primera vez las obras de Álvaro Álvarez. Inquietante por las referencias literarias y artísticas a las que aluden sus títulos; éstos remiten a creadores que han supuesto un hito en el contexto al que pertenecían. Y a partir de ahí hay una relectura muy personal de los mismos. En este sentido, identificamos procedimientos que también están en la pintura expresionista figurativa. Podemos observarlo en los trazos o en las amplias pinceladas, en los colores, en la importancia que concede al hecho pictórico en sí mismo, independientemente de los temas tratados. Su obra es una simbiosis que cobra vida por virtud de una nueva mirada en la que no falta, junto a una cosmovisión original, un cierto sentido crítico. El artista, pues, no rehúye ningún motivo, aunque lo decisivo no sea éste sino la forma utilizada en su ejecución. Se busca complicidad una vez acabado el cuadro, pero la génesis es un yo profundo; ese yo que se enfrenta a la blancura del lienzo con energía, plasmando ideas con firmeza y agilidad, sin apenas dudas ni rectificaciones. La eficacia de Álvaro Álvarez al utilizar colores y demás materiales le lleva a usar pinceles y otros instrumentos, pero también las manos. Hasta tal punto que, por el volumen o grosor que alcanzan algunas obras, y también por la textura de los materiales empleados, se supera la limitación del concepto pintura al convertirla en relieve pictórico. Utiliza el artista colores primarios, además del blanco y el negro. Los proyecta sin apenas matices, siempre en tonos fuertes e intensos. Con ello se reafirma el sentido de la obra. Los materiales son para él un elemento activo, pues le sirven para configurar plenamente una estética. Todo nos habla de la importancia del proceso, al margen, insisto, del resultado obtenido. La experimentación aludida (pintura, tierra, barnices…) determina en gran medida el ritmo creativo. Su obra, en algún aspecto, recuerda a los artistas españoles de los años 50 y 60; artistas que no sólo ponían énfasis en el acto de pintar; también, y casi en igual proporción, en la selección oportuna de componentes. Álvaro Álvarez, en alguna de sus obras, por su expresionismo intenso, puede convertirse en un revulsivo para el espectador, lo que implica interrogarle mientras se le desplaza, o expulsa, de un conformismo estético. Esto sólo puede provocar dos actitudes: el rechazo o la complicidad. La indiferencia, nunca. Es posible que a muchos no guste explorar y mostrar luego ese mundo que habita en lo profundo de todo ser humano. Otros, sin embargo, agradecerán al artista que haya sabido expresar algo que, por pudor o inercia, eludían.